Cambiar el mundo con nuestra actitud
A simple vista una sociedad se desarrolla a partir de las necesidades que se van presentando en relación al crecimiento de la población. La adaptación al ambiente, la búsqueda de recursos naturales que rodean un pueblo y las necesidades de consumo van definiendo la forma y el estilo de los grupos humanos. Sin embargo, hay otros factores que entran en juego para definir o crear la personalidad de un pueblo. Esta se conforma por la mentalidad de los individuos que en conjunto serán los que hagan que una sociedad sea confiada, emprendedora o derrotista, entre otras cosas.
No entraremos esta vez a analizar el tema de la pobreza, ni la desigualdad de recursos, que evidentemente perjudican el desarrollo de los países. Queremos enfocarnos en las creencias de las personas, en su respuesta conductual y en la forma de manejar problemas, que serán plasmadas en la dinámica de una población y en su desarrollo.
Según Beck las creencias de las personas son estructuras que guían los comportamientos y las interacciones relacionales. Vale la pena preguntarse qué tipo de creencias prevalecen en un grupo social. Por ejemplo, si dentro de una cultura la prioridad es el apoyo a los niños, por una filosofía que se trasmite de generación en generación, este grupo humano trabajará inconscientemente por cuidar a los niños. Otro ejemplo es el valor que puede dar un país a un deporte, esto hará que la mayoría de gente se vuelque a apoyar a su equipo con energía y emoción.
Existen otros tipos de creencias que son de interés para los psicólogos sociales, que se encuentran escondidas en la dinámica de un pueblo y que pueden influir de forma intensa en la dinámica de este y en cada uno de sus miembros. En este caso vamos a hablar sobre la culpa en la dinámica social.
La culpa en la dinámica social
He observado, conversando con la gente y en el desarrollo de la práctica profesional, que muchas de las personas del medio, tienen incrustado dentro de sus creencias mentales que son culpables, que el placer es malo y que no merecen ser felices. No profundizaremos en el origen de estas creencias, pero si reflexionaremos cómo esto puede influir en la dinámica social. La culpa es una creencia paralizadora, que impide tener una plena experiencia de la vida. La culpa impide que las personas se permitan reír, comer, tomarse tiempo libre, disfrutar de su sexualidad, seguir sus sueños, liberarse de cadenas, salirse del miedo de cometer algún error o pecado, etc. Por lo que las acciones se vuelven escondidas, prohibidas o incluso compensatorias. Por ejemplo, el alcohol en un momento dado puede ser un elixir para desconectarse de la culpa y simplemente hacer lo que la persona no se atreve a hacer en estado sobrio.
La culpa genera un peso, un sufrimiento, una sensación de que está prohibido ser feliz, gozar, disfrutar, darse tiempo para sí mismo, tener gustos, aprender a decir no. Una persona que siente culpa, puede desarrollar síntomas neuróticos, es decir, frustración, represión , amargura, depresión, ansiedad, obsesiones, somatizaciones, entre otras cosas. Todo esto se puede desplazar en grande a lo que es una sociedad. Una persona que se siente culpable no está en su máximo potencial, no tiene la capacidad de compartir, ni de promover la felicidad al otro, más bien repartirá al resto el sentimiento de prohibición y de rigidez de ver la vida, todo esto se proyectará en la sociedad.
Por lo tanto, poniendo la hipótesis de que un grupo social, tiene personas que en su gran mayoría se sienten culpables, se observará una sociedad con dificultad de moverse, de pobrar nuevas alternativas y situaciones. Miedo a que sus ideas, empresas o proyectos fracasen. Se verá afectada también la creatividad, el dinamismo, el crecimiento, la capacidad de buscar alternativas ante las situaciones difíciles, rigidez en la forma de actuar, repetir siempre lo mismo por miedo al fracaso, crítica a ideas nuevas, crítica a lo diferente, estancamiento, sensación de estar preso. Además, el estado de malestar de las personas se proyectará en un malestar social, un aire en el ambiente de sufrimiento, que no se sabe de dónde sale y se origina en la creencia de cada uno de los individuos que no se sienten bien. Esto actuará como un círculo vicioso, el entorno social generará malestar al individuo y el individuo alimentará a la dinámica social.
Viene la pregunta ¿cómo salir de esta dinámica? La respuesta es aparentemente simple; cambiando la creencia. Sin embargo, para esto habrá que mover estructuras rígidas de identidad que se vienen arrastrando por años y generaciones. Tocará cambiar el estilo de crianza en donde se le dice al niño continuamente eres tonto, malo, malcriado, burro, no puedes, eres sucio, etc. Valdrá la pena empezar a enfocarnos en reforzar las cosas positivas del resto, no en resaltar los errores y los puntos débiles. Además, valdrá la pena hacer un análisis interno y reflexionar hasta que punto tenemos dentro de nuestra identidad lo que en algún momento nos dijeron de niños: tienes que ser educado, no converses, no te rías, no te muevas, quédate quieto, ser inquieto es malo, jugar es malo, etc. Sería bueno preguntarse hasta que punto hacemos las cosas por culpa y no por verdadera convicción. Si dejamos de hacer las cosas que realmente nos gustan, se recomendaría hacer algo por cambiarlo y empezar a hacer las cosas que den una verdadera satisfacción. Permitirnos disfrutar, conversar, reír, hacer locuras, cambiar la rutina, emprender nuevos caminos, entre muchas otras cosas realizadoras de la vida.
De esta forma, al sentirnos bien individualmente, contribuiremos a que el entorno cambie. La sociedad y los individuos no están separados, cada uno de los sujetos hacen que una comunidad camine o se quede estancada. Estar feliz, liberarse de las culpas es también algo que le servirá al resto, no solo a uno mismo. Estar bien es contagioso, no es un acto egoísta es un acto que impulsa a que todos estemos mejor.