"La sala de las lágrimas", donde el cardenal se convierte en Papa
Después de la verdad hecha arte en los frescos, de su deslumbrante y absoluto esplendor, de la luz y el oro, del gigantismo de las figuras con ojos que parecen relampaguear, con gestos capaces, por sí solos, de evocar pasajes precisos de las Escrituras, cruzar el umbral de la puerta que conduce a la "sala de las lágrimas" desconcierta. Hemos dejado atrás la magnificencia universalmente aclamada de las pinturas de Miguel Ángel y de los más grandes artistas del Renacimiento para encontrarnos en una pequeña habitación sin color. Es un espacio con bóveda y lunetos donde se conservan algunos fragmentos de frescos. Dos tramos de escaleras a un lado y, en la pared de enfrente, una ventana oculta tras una cortina. Una mesa y dos sillas de madera oscura, un pequeño sofá rojo y un perchero. El mobiliario es esencial.
El asombro ante la belleza absoluta da paso a un sentimiento íntimo que se expande en el alma, a la percepción del paso de los siglos, del devenir del tiempo: parece como si pudiéramos ver a los Pontífices eligiendo una de las tres sotanas blancas puestas a su disposición, cada una de diferente talla, y poniéndose la que será la vestidura y el color que los distinguirá para siempre. Es una verdadera investidura, algo más antiguo y profundo que un simple cambio de ropa. Tradición y rito que adquieren un significado poderoso, no solo formal, sino sobre todo espiritual.
Lugar de toma de conciencia
Parece como si también los viéramos recogidos en el silencio de este lugar poco iluminado, mientras rezan y, a veces, como indica el nombre de la sala, lloran, sobrecogidos por la emoción. Tras los días agitados del cónclave, se encuentran por primera vez a solas consigo mismos. Solos, pero cara a cara con Dios. La conciencia los atraviesa como un relámpago: desde ese día serán Papas, asumirán el mandato petrino.
Contra la pared de este espacio de servicio se impone la grandeza dramática de los frescos de Miguel Ángel, pero oculto aún se conserva lo que originalmente debía completar el complejo aparato iconográfico de toda la Capilla. Se trata del fresco de Perugino, protegido por una cámara detrás del Juicio Final, pero conocido gracias a un dibujo de los primeros años del siglo XVI, conservado en el Museo Albertina de Viena.
A los pies de la Asunta, entre coros de ángeles y santos, aparece —como único ser viviente— el Papa Sixto IV della Rovere arrodillado. Con las manos juntas en oración, el rostro vuelto hacia la figura de la Virgen; la tiara en el suelo y la cabeza descubierta como signo de humildad y respeto; la llave petrina apoyada sobre su hombro derecho, símbolo de la misión, pero también del peso —casi una cruz— que debe llevar el Pontífice.
Resuenan claras y comprensibles las palabras del Evangelista Juan:
"...Cuando eras joven te vestías tú mismo y caminabas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará a donde no quieras".
Esto lo dijo para indicar con qué muerte iba a glorificar a Dios.
Volviendo a la sala de las lágrimas, en una de sus paredes, empotrada, hay una lápida con fecha del 31 de mayo de 2013 que dice:
"En esta sala, denominada 'del llanto' desde Gregorio XIV, quien aquí, el 5 de diciembre de 1590, recién elegido Papa, derramó lágrimas de emoción, el nuevo Pontífice, después de aceptar la elección, se viste con los atuendos propios".
Monseñor Marco Agostini, ceremoniero pontificio, reflexiona sobre uno de los momentos más delicados del cónclave y su significado espiritual.
La sala de las lágrimas o del llanto es el lugar donde el Papa recién elegido se recoge en oración y se cambia de vestidura. ¿Cuáles son las características formales de esta pequeña sala?
Es una sala muy pequeña, incluso angosta, compuesta por dos escaleras —una que sube y otra que baja— y una ventana. Se encuentra justo detrás de la gran obra del Juicio Final de Miguel Ángel, en la pared donde también estaba pintado el fresco de Perugino con la Asunción, que ya no vemos, pero que podemos imaginar y que conocemos gracias a un dibujo. Es, por tanto, en ese lugar donde el Papa se cambia de vestidura.
Lo que ocurre allí es importante desde el punto de vista simbólico. En ese momento, el Papa toma conciencia de lo que ha llegado a ser, de lo que es a partir de ese instante. El cambio de vestidura expresa el profundo cambio en su existencia. En ese lugar, comprende que el oficio es más grande que la persona. Tal vez de ahí provenga el nombre de "sala de las lágrimas": porque en el momento en que el nuevo Pontífice toma conciencia de que la figura del Papa es mucho más grande que quien la encarna, entiende también que, bajo ese papel, deberá morir cada día, para que no sobresalga su persona, sino el oficio; para que emerja el Vicario de Cristo, el sucesor de Pedro, hoy, tras más de doscientos Papas.
En ese momento, el Papa recién elegido, al comprender lo que por gracia de Dios ha llegado a ser, entiende que el oficio es mayor que su persona, y que su grandeza personal dependerá de su capacidad de encarnar plenamente ese oficio de Vicario de Cristo, de sucesor de Pedro. En el papado no debe sobresalir la persona: en el momento en que lo hace, el oficio pierde su significado, se devalúa el rol y también los fieles pierden mucho.
Contemplar la sala de las lágrimas y la figura del Papa de esta manera —al hombre, al cardenal que se convierte en Papa, que deja los hábitos cardenalicios y asume los pontificios— es exigente. Se necesita una visión sobrenatural, que nos lleve a ver no solo nosotros que imaginamos la escena, sino también el propio Papa, quien debe aprender a leerse a sí mismo con los ojos de la gracia, con los ojos de la fe, con una mirada sobrenatural.
¿El Papa recién elegido permanece solo o alguien lo asiste?
Generalmente es asistido por el maestro de ceremonias. No puedo decir más porque nunca he estado presente, no he visto directamente la escena. Sabemos que el cardenal elegido es acompañado hasta esa puerta, bajo el Juicio Final, a la izquierda del altar, y desaparece con el maestro de ceremonias; y de allí sale con las vestiduras pontificias.
Estamos viviendo el Año Jubilar, cruzamos la Puerta Santa. Cruzar también el umbral de la sala de las lágrimas marca un cambio profundísimo...
Es un cambio profundísimo y se cruza un umbral muy particular, porque toca la intimidad de la persona que se convierte en Papa. Podríamos decir que toca el corazón del ministerio petrino: un hombre que se convierte en Papa, un cardenal que se convierte en Papa. Lo llamamos Papa, pero cuando usamos la terminología con la que históricamente se ha designado a los Pontífices, se dice Vicario de Cristo, Sucesor de Pedro, y como lo definía santa Catalina de Siena —ya que en estos días también celebramos su fiesta—, el "dulce Cristo en la tierra". ¡Es espléndido! Pero, repito, para contemplar esta visión se necesita una mirada sobrenatural, se necesita la mirada de la fe.
Fuente: Vatican News